jueves, agosto 11

Nadie me quita lo bailado... con Paul McCartney


Me desperté, ya sin fiebre. Incluso mi temperatura era de 36, lo cual es muy bajo según mi mamá. Comí una tostada, me bañé y me puse un polo con la foto de Paul y la frase "all we need is Paul", un jean con bolsillos grandes para poner adentro celular, cámara y baterías, y unas converse amarillas (tal vez no tenga importancia la ropa que usé, pero para mí todo lo que pasó ese día es completa y enteramente importante). Me senté en la mesa a hacer mi cartel con un plumón negro. Me quedé ahí. No estaba segura de qué ponerle. De lo que escriba ahí iba a depender que logre el sueño más loco de mi vida. Era todo o nada en ese cartel. Entonces, pensé que simplemente debía ser sincera "my dream is to dance with you". Ni más, ni menos.

Debía estar ahí a las 11 a.m. y, obviamente, llegar con tiempo por la multitud, el tráfico; es obvio, por si acaso. Entonces doblé el cartel sin dudar mucho, lo metí en mi morral morada junto con las pastillas que mi mamá había dejado al lado por si me sentía mal durante el día. Y listo. Eso era todo. Bajamos los 5 pisos de mi edificio y nos paramos al frente a esperar un taxi.

Entonces estaba sentada al lado de una ventana con mi mp3 casi reventándome los oídos. No lo sentía. Quería más volumen. De más está decir que escuchaba exclusivamente música beatle. Me sentía mejor que nunca. Era como si lo supiera, y eran los nervios de no saberlo. Pensaba en todo y en nada a la vez: pensaba en toda la gente que se alistaba para el concierto, pensaba en abuelos, padres e hijos alistándose, pensaba en los chicos del MMT, pensaba en llegar, pensaba en John, en George y en Ringo, y a la vez no pensaba en nada más que en Paul.

No me acuerdo si llegamos rápido o tomó mucho tiempo. Pero recuerdo que bajamos del carro y pisé tierra. Había mucha gente. Mi mamá y yo caminamos hacia el comienzo de la cola para preguntar qué debía hacer con lo de la prueba de sonido, por dónde entrar, a dónde debía ir. No sé, el punto es que el comienzo de la cola estaba muy lejos, entonces caminamos mucho. Nos mandaron hacia la puerta del estadio y cuando llegamos nos dijeron que volvamos, que la información de la prueba estaba por el final de la cola. Mi mamá se puso nerviosa porque perdíamos tiempo. Sin embargo, era temprano y la calmé. Volvimos al final y nos indicaron una especie de cabaña donde había un grupo pequeño de gente. Nos acercamos. Un cartelito decía "Soundcheck". Ahí era. Ahí tenía que estar yo.

Había gente muy agradable. Una señora venezolana; una pareja argentina, Silvia y Javier; una ecuatoriana, Johana; otra pareja argentina; un señor colombiano; otra peruana más, Evelyn. En fin, eramos un grupo. El grupo privilegiado. Empezamos a conversar y quedamos en algo: "todos estamos juntos, todos nos cuidamos, nos apoyamos". No existía, por ningún motivo, un aire competitivo y hostil. La idea era divertirnos juntos y que todo salga bien para todos.

Hicimos el chequeo y nos dieron los pases con nuestros nombres. Los colgamos en nuestros cuellos. Ya debíamos ir entrando. Ya debíamos recorrer ese camino largo que iba más allá del comienzo de la cola. Ese camino que era una pista vacía al lado de la inmensa cola, hasta la puerta del estadio. Mi mamá ya debía ir a la cola, y se despidió de mí con el rostro lleno de "sé lo importante que es esto para ti, Aixa". Me dijo "diviértete", pero fue un "diviértete" cargado de mucha energía. Energía positiva. Yo entendí detrás de esa palabra el verdadero mensaje: "sé que vas a bailar con él". Lo vi en sus ojos. Fue como si ella supiera que la siguiente vez que me vea (que sería en unas horas) mi vida habría cambiado por completo.

Mientras íbamos hacia la puerta por ese ancho camino de cemento, empezamos a conversar y terminamos yendo juntas Johana (ecuatoriana), Evelyn y yo. Y sí, ese camino fue el camino más eterno que pude seguir, fue mucho más importante que cuando caminé tímidamente al salón de la Católica a dar mi examen de admisión. Fue el mejor camino que pude pasar en mi vida. Caminamos mucho, pero ninguna casi lo sintió.

Entramos al estadio, tomando fotos, grabando videos. Haciéndonos amigas. Ya adentro, pudimos conversar con más gente. La pasé demasiado bien, todos eran buena vibra. Siempre lo digo: así es la gente beatle. Estábamos en un salón todo negro, con mesitas y sofás, y con música de The Beatles. Salvador Heresi, el alcalde de San Miguel, estaba por ahí. Me encontré con chicos beatle que conocía sólo por Facebook. Me reconocieron, los reconocí, y nos saludamos como cualquier amigo. Tomábamos fotos, nos reíamos, nos conocíamos.

La señora venezolana (por más que intento, no recuerdo su nombre) se encontraba sentada, inmóvil. Nos dijo que estaba completamente anonadada, pues después de todo el tiempo de escuchar a The Beatles y de todo el esfuerzo que le tomó comprar una entrada para Paul, no lo podía creer. Sé que no lo pueden entender, porque no puedo transmitir mediante un blog lo que esa señora me transmitió a mí. Pero tenían que haber visto sus ojos perdidos, sus sentidos perdidos en aquella música suave que invadía el cuarto. Es eso de saber todo lo que implica y significa ver a un beatle, y que esa música probablemente es el soundtrack de toda su vida.

Pasaron unos chicos con bandejas y nos ofrecieron, primero, unos rollitos de espinaca con queso derretido y jugo de maracuyá. Sí, así es, tal como lo leen. No lo probé porque como había estado mal esos días preferí no arriesgarme, sin embargo los demás me dijeron que sí estaba rico. Luego, pasaron Risotto al pesto, eso sí comí ya que la combinación no se veía tan extraña. Y bueno, ¡me encantó! Nos invitaron brochetas de verduras, muy ricas también. Como Paul promueve el vegetarianismo, no había nada de carne o pollo.



Entra Brian, la mano derecha de Paul, la persona más cercana (luego de su familia) a él, y nos dice que vayamos saliendo, que hagamos una cola.

Yo creo que en ese momento no sentía nada. Tipo... nada. Era nada. Porque toda mi ansiedad era opacada por la inmensa calma que el momento me transmitía. Porque mis nervios eran opacados por la gran felicidad. Porque... nada, todo era un sueño. Todo era neutro. Todo en mi organismo y en mis pensamientos encontró su punto de equilibrio.

Nos revisaron a uno por uno que no tengamos cámaras profesionales, que no tengamos armas y todas esas cosas. Luego entramos en fila de uno al estadio. Yo nunca había estado ahí, se veía tan bonito. Bajamos las gradas con cuidado y nos ubicaron en la segunda zona. Yo caminaba directo al punto al que debía ir, ni más ni menos.



Johana, Evelyn, Jorge y yo cogimos el medio. Johana puso una frazada (muy linda, por cierto) del Abbey Road colgando de la reja que dividía el campo. Jorge sacó un póster de Paul. Y yo saqué mi cartel. Conversábamos. Algunos se tomaban fotos con Brian y Shelly, su novia, quienes caminaban delante de nosotros. Yo ya no podía hacer mucho. Yo ya no conversaba mucho. Yo... yo sólo ya estaba ahí. Era todo.



Escuchamos que dos chicas de seguridad dijeron "en 4 minutos sale" y fueron los 4 minutos más largos de mi vida.

Entonces salió. Salió. Así no más. Como si entrara a la sala de su casa. Sólo salió. Sin luces, sin humo, sin un previo anuncio. Paul salió caminando, conversando, y todo el mundo aplaudió, gritó. Sentí que la señora venezolana lloraba, que se secaba los ojos. Lloró con sólo tenerlo al frente. Todos gritaban su nombre, con esa esperanza de que él voltee y tan sólo cruce una mirada contigo. Yo no grité. Yo lo miré. Y lo miré más. No quería perder un sólo segundo.


Se remangó la camisita celeste y dijo "Hello!". Todos gritaron "Hellooooooooo". Yo pronuncié un "hello" tembloroso. Y por fin grité. Paul dijo "Hello, Shelly!". Ella le respondió el saludo con la mano. Evelyn gritó "Hellooo Evelyn" y Paul la miró y la imitó con un sonido gracioso. "¡¡¡TE IMITÓ UN BEATLE!!!"

Y comenzó a cantar. Y comenzamos a cantar con él. Y comenzamos a bailar. A llorar. A vivirlo. Johana, Evelyn y yo cantábamos "we love you, Paul yeah yeah yeah" con la melodía de She loves you, cada vez que había un gran silencio.

Yo cantaba con tanta felicidad que casi había olvidado que tenía un cartel en las manos. Yo no pensaba "se me acaba el tiempo, ojalá que me suba". Yo sólo quería que nunca se acabe ese momento. Yo sentía que recién habían pasado unos segundos.

Paul vio el cartel de Johana y le preguntó "what do you want to sing with us on stage?". El público gritaba "besame mucho" y ella dijo "anything". Paul repitió "anything". Vio mi cartel, al lado y dijo "I think you wanna dance too!".

(Por cierto, lamento si no soy exacta acerca del momento, cuando un beatle está a unos metros de ti, tu cerebro colapsa y aunque intentes retener los momentos en recuerdos, es algo difícil.)

Miré a Johanna y le dije "¿escuchaste?", sí, señores, ya estaba temblando.

Sin embargo, Paul continuó cantando como si todo hubiera quedado ahí. ¡Pero no! pues luego de un par de canciones pronunció: "I'll sing with you on stage" le dijo a Johanna seguido de, no lo recuerdo bien, escucho la grabación pero no logro entender mucho lo que dice, pero es algo como "blablabla and I'll dance with you".

¿A mí? ¿A MÍ?

entonces escuché la frase que cambió mi vida:

"The three girls over there, come here"

con su dedito señálandonos. Ah. Lo que fue ese momento. Lo tengo grabado en mi retina, en mi mente y en mi corazón.

Evelyn, Johana y yo. Sí, sí, sí. Era a nosotras.

Escogidas por un beatle.

Solté el cartel y al caminar cayó en el suelo, y lo pisé, se rompió. Seguí caminando. Estaba atrás de Johanna y Evelyn que caminaron un poco más rápido. Brian se nos acercó y nos pidió que nos calmemos, que caminemos lento. Eso hicimos. Johanna le pidió a Brian que la agarre de la mano. Entonces caminamos. Mis lágrimas comenzaron a salir. Me refiero, era incontenible. Era ese llanto que sale sólo en algunas ocasiones. Me llevé la mano a la boca, la cubrí y lloré en silencio yendo hacia el escenario.

Subimos.

Había cables en el suelo. Las piernas me temblaban, aún recuerdo la sensación. Y no, no es una expresión, de verdad me temblaban. Estaba Brian Ray justo a nuestro lado. Con el respeto a sus fans, no me interesó. Levanté la mirada y estaba a unos tres metros quien me importaba. Estaba a tres metros por quien daría la vuelta al mundo para verlo dos horas más. Estaba a tres metros quien me canta todos los días al despertar y antes de dormir. Estaba ahí Paul McCartney, tocando Lady Madonna sentado al piano. Lo miré paralizada.


Se veía tan real.

Brian nos habló antes de acercarnos a él y nos dijo que estemos tranquilas, que no hagamos ninguna locura, que lo respetemos porque si hacíamos algo fuera de lugar nos iban a sacar del estadio. Lo dijo todo en buena onda, comprendiendo al mismo tiempo nuestros rostros (mi cara sobre todo JAJA) y nuestra emoción. La verdad, yo casi no escuché nada de eso porque apenas tuve a Paul tan cerca me quedé viéndolo sin perder un bendito segundo de ese momento.

Las piernas me temblaban más. Nunca me habían temblado así.

Evelyn volteó, me regaló una sonrisa magnífica y le dije "no sé cómo voy a bailar si las piernas me tiemblan demasiado". Entonces Brian nos interrumpió (la mejor interrupción de mi vida) y nos dijo "vayan, diviértanse".

Entonces caminamos en dirección a Paul. Lady Madonna ya había terminado. Yo no entiendo ese momento aún. Lo estoy escribiendo y mis ojos están rojos y llenos de lágrimas. Ha pasado casi un año, y recién me siento algo lista de escribir acerca de esto, y estoy acá con el corazón latiendo cada vez más fuerte al escribirlo. ¿Por qué? Porque sé todo lo que significó ese momento, porque no se trata sólo de ver a un artista y pedirle su autógrafo. Hubo muchas cosas detrás de ese suceso, detrás de ese sueño.

Lo vi.

Sé que sería genial explicarles lo que sentí, pero no encuentro las palabras.

Es Paul. Paul McCartney. No puede pasar un día sin que oiga su voz. Me enamoré de toda una leyenda, de una época, de toda la beatlemanía desde el primer instante en que oí Hey Jude, esa canción que absorbe todas mis energías cada vez que suena. Es Paul. La persona que cambia mis días y que genera en mí toda clase de sentimientos y sensaciones. Es la persona que siempre mantengo cerca a mí sólo con su voz, con sus melodías. Sólo eso. Su voz. Sus canciones.

Y ahora lo tenía ahí. En carne y hueso. Voz. Canciones. Carne y hueso. Él. Paul. Había soñado tanto con él que, quizás en mi subconsciente, lo consideré como una idea abstracta, fuera de este mundo, un mundo efímero. Y lo vi ahí, como una persona... normal, como un mortal; fue verlo dentro de este mundo, en mi mundo. Era real.

Ya había dejado de llorar. El momento era demasiado grandioso para derramar una lágrima.

Ya. Estaba ahí. Bajó el micrófono porque estaba muy alto para nosotras tres, que somos muy bajitas. Y le preguntó a Johanna y a Evelyn sus nombres y les dijo que se presenten con el público. Luego me vio.

Sí, esos ojos verdes se posaron en los míos.

Qué ojos tan grandes, y tan verdes. Me miraron. Me miró Paul McCartney. A los ojos. Esa es la imagen que quedó mejor grabada en mi retina, la tengo perfectamente guardada en mis recuerdos como si fuera una foto: su cara a unos centímetros de la mía, sus grandes ojos posados en los míos, un poco agachado para estar a mi altura, su impecable cabello castaño, su carita, los pliegues de su rostro, su camisa... dios mío, sus ojos posados en los míos.

Nadie me podía quitar eso. Nadie nunca me lo podrá quitar.

Me extendió la mano y le di la mía. "Hello". Le contesté. Me dio dos besos como saludo. DOS BESOS. Yo pretendía darle uno (por la costumbre) pero él se acercó para uno segundo. Si me mantuve consciente porque sabía que cada segundo iba a ser mejor.

Sentí demasiado respeto. Sé que fue por eso que no me lancé a abrazarlo y decirle "gracias". Fue porque haberle tocado la mano ya era demasiado regalo para mí. Fue porque no quería incomodarlo, porque quería respetarlo. Fue por eso que, sin darme cuenta, le dije todo, todo, en una mirada.

Entonces dijo "we are going to sing Get Back, ok?" Nos preguntó si queríamos esa canción. Obviamente. Cualquier canción. La que sea. Y nos dijo "ok and we are going to dance too!". Ahhhh. Decir que fue perfecto no es suficiente.

Cantamos. Nos miraba. Me miraba. Me miraba y cantaba conmigo, como si yo fuera John Lennon. Era cantar a dúo con él. Volteaba y sus hermosos ojos se dirigían a mí y cantaba y asentía. Y yo cantaba con él, y asentía con él, y lo miraba. Asentía como si yo hubiera compuesto la canción con él. Como mi cómplice. Como si me dijera "lo estamos haciendo bien".

Cantamos más. Yo cantaba cada vez más feliz. Y bailamos. Bailamos con él. Yo sentí una locura entre cuatro. Se puso como nosotras. Era Paul McCartney bailando igual que nosotras. No importaba nada más. Di vueltas. No me importaba nada. Prácticamente estaba flotando. Puse en práctica la hermosa frase "baila como si nadie estuviera viendo".

Fue perfecto.

Una amiga me dijo "¡imagina que te hubieras caído!". Incluso así hubiera sido perfecto. Quizás Paul me habría levantado (?. No lo sé. Yo sólo sé que con él ahí, nada iba a ser malo.

Y así fue. Terminamos de bailar, de cantar, y yo tenía tantas cosas en ese momento en la cabeza. Era como si quisiera aferrarme a ese momento que se iba de mis manos como se escapa la arena entre los dedos cuando la aplastas mucho con el puño. Y me acerqué a él (entienden, me acerqué a un beatle), no muy segura de qué hacer.

Tenía un plumón indeleble en mi bolsillo. Le pedí que me firme. Le mostré mi brazo, lo tocó. Y me dijo que sería mejor en el polo, para que no se borre. Buscó un lugar para firmarme pero mi polo, por delante, era todo estampado. Entonces cogió mi hombro y me firmó atrás.


Y, lo crean o no, disfruté cada milésima de segundo. Cada instante en el que ese plumón recorría mi espalda trazando su linda firma, empezando por la P...




Él caminó para su derecha y nosotras para la izquierda. Yo iba detrás de Johanna y Evelyn. Brian nos recibió antes de bajar. Quería que nos calmemos antes de volver a reunirnos con el público. Para variar, yo empecé a derramar lágrimas como no lo había hecho nunca antes. Johanna se sentó en el sueño porque no podía sostenerse. Brian me preguntaba "are you ok?" y yo asentía. ¿Si estaba bien? Mejor que nunca, por favor, tan bien que no hubiera querido estar en otro lado ni en otro momento por nada en el mundo.


Luego bajamos y todos los que estábamos en la prueba de sonido fuimos hacia la primera fila para esperar el concierto que sería para todos. La gente se nos acercó. Nos abrazaron, nos tomaban las manos. Nos tomaban fotos. Nos felicitaban. Henry me dio un abrazo muy fuerte, tenía en la cara una sonrisa tan sincera. Yo no podía dejar de llorar. Johanna se volvió a sentar en el pasto, no podía estar parada. Yo andaba de aquí para allá. Lloraba. Me hablaban. Lloraba. Nos tomábamos fotos. Jorge se quedó a nuestro lado todo el tiempo, muy feliz por nosotras también.

Le envié un mensaje a mi mamá que decía "BAILE CON EL MAMA". Así, exactamente así. Yo no podía hablar. Pasó un rato. Llamé a una amiga, una de las pocas que estuvo apoyándome desde el primer momento en que se rumoreó la venida de Paul, y luego de escuchar su "¿aló?" le dije "oye, bailé con él" y la poca calma que sentí que había conseguido se desvaneció y volví a llorar al teléfono mientras le hablaba. Se alegró mucho, me felicitó y le dije que debía colgar. Estaba demasiado tensa, shockeada, nerviosa, feliz, anonadada, etc. Colgué y recuerdo perfectamente la imagen de Evelyn que llamaba a alguien y gritó "bailé con Paul McCartneeeeeeeey" y comenzó a correr en círculos. Estupendo. Johanna seguía sentada, mirando a la nada.

La gente ya había comenzado a entrar. Nos preguntaban por Paul. Nos felicitaban algunos.

Fui al baño a quitarme el polo, ya que ahora ese polo ya no es simplemente un polo, sino EL polo y no quería sudarlo durante el concierto. Me lo quité, lo guardé en mi morral incaica, y me puse mi casaca. Salí y volví a mi lugar.

La gente seguía entrando y el estadio se llenaba cada vez más. Evelyn, Johanna, Jorge y yo nos sentamos a conversar. Nosotras estábamos como en otro mundo.

Mi vida acababa de cambiar, y el concierto recién iba a comenzar. Debíamos esperar un poco menos de 4 horas, pero... ¿esperar qué? ¿acaso había algo más de lo que acababa de suceder? Para la gente recién comenzaba esto. Para mí, puta madre, para mí, mi día estaba hecho, mi sueño, recién cumplido. Y aún me esperaban 3 horas más de concierto cerca de él. ¿Algo mejor que eso? No, no lo creo.

Cada vez había más gente y nos tuvimos que parar para asegurar bien nuestros sitios. La música de pre-show fue excelente. Nosotras seguíamos bailando, y cantábamos tan fuerte como podíamos. Era una fiesta, sí, eso era. Todos celebraban. Pasó Brian y nos dijo "you are Paul's official dancers!". Listo, cada segundo se ponía mejor.

Y ya. De un momento a otro, como suele ser, se apagan las luces, y al prenderse Paul sale al escenario. Sale, y vuelve a estar ahí, frente a mí, a un par de metros: primera fila, justo al medio, la mejor posición.

Y saluda al público. Saluda a Perú.

Y entonces pronunció la frase que resumió toda la travesía que pasé desde aquel momento, en el 2008, en que me mandaron un mensaje al celular que decía "dicen que va a venir uno de los beatles a Lima"...

"Por fin estoy en Perrú"

Y al escuchar esa frase, en menos de un segundo, mi cabeza tuvo mil flashbacks, como ya mencioné, desde aquel instante en que recibí ese mensaje al celular, cuando enviaba mensajes a los empresarios, cuando buscaba noticias, cuando tomé un avión destino a Buenos Aires para buscarlo, cuando El Comercio desmentía y confirmaba rumores, cuando vi la conferencia de prensa, cuando confirmaron su concierto en Lima oficialmente, cuando vi el video de Paul que decía "amigos de Perrú", cuando salí a las 3 am a hacer cola para comprar las entradas, cuando tuve la entrada en mi mano, cuando salí de clases para conseguir la entrada al soundcheck, cuando escribí mi cartel, cuando soñaba todos los putos días con conocerlo y poder darle las gracias, día a día, cuando por fin lo tuve, ese mismo día al frente de mí y pude tocarle la mano... todo todo se resumió en verlo tan cerca de mí diciendo "por fin estoy en Perú"... Sí, Paul, por fin. Todo lo que sentía en mi corazón era un gran "por fin".

Sentí que él sabía lo importante que era para esas 50 mil personas tenerlo ahí. Que así como yo pasé por muchas cosas para verlo, miles de personas más también lo hicieron.

Por fin. Por fin, estabas aquí, en Lima, en mi país.


Y comenzó una melodía que no reconocí. Que, creo, nadie reconoció. Y después de un segundo se convirtió en Hello Goodbye, grité muchísimo, era Hello Goodbye. Hacía unos días le había dicho a Marco "no creo que la toque... pero ojalá". Y todos gritaron. Creo que nadie se lo esperaba. Por dios, ¡era Hello Goodbye!

Y cantamos como locos.

Paul nos miraba a Johanna, a Evelyn y a mí. Sí, ya sé, seguro miraba a todo el mundo. Pero no, a nosotras nos miraba de una manera especial. Nos miraba porque sabía que éramos nosotras. Asentía la cabeza, y cantaba con nosotras. Le mandábamos besos. Sus ojos se posaban en nosotras. Nos miraba. Nosotras le mandábamos más besos y él nos ponía gesto de agradecimiento. Y nos miraba. Sí sí sí sí, nos miraba. Nos cantaba.

Y así seguía lo que fue y seguirá siendo el mejor concierto de mi vida...

En Live and let die, los fuegos artificiales fueron espectaculares, el fuego que salía del escenario me quemó la cara. Sí, sentí el calor, la energía de esa canción en mi cara. Quemó.


Fue excelente. Salté, bailé, canté, grité, le mandé besos, reí, lloré, lo miré y lo miré hasta que tocó The End y se despidió. Y desapareció. Y de un momento a otro ya no estaba ahí.

Fue el mejor concierto de mi vida. El mejor. El mejor día de todos.

Para salir, me encontré con mi mamá y nos fuimos con Jorge, Evelyn y Johanna. Recorrimos el largo camino de regreso junto a toda la gente, y cuando vimos un poco de ciudad, buscamos algún sitió para comer. Moríamos de hambre. Nos metimos a una pollería, Pardos creo que era, y estaba repleta. Toda la gente había salido con hambre, al parecer, y todos los sitios se veían muy llenos. La lista de espera no era muy grande así que nos quedamos. Pedimos pollo a la brasa pero se había terminado (sí, así de llena estaba), así que pedimos pollo a la plancha.

Eran tipo 2:30 am o más, me imagino, y caminamos un poco más para conseguir un carro.

Y así fue. Volví a mi casa. Me senté en el sofá verde de mi sala y pensé "bailé con Paul McCartney". Saqué mi polo, lo contemplé y me quedé inmóvil con los ojos llorosos.

Se había terminado.

Al día siguiente la gente del cole, de la cato, de Argentina (MMT), y de distintos lugares, me felicitaban y me mostraban la alegría que sentían por mí. Estoy tan agradecida con cada uno de los que me dijeron algo acerca de aquella experiencia. Tener amigos como ustedes, que se hayan alegrado tanto por mí, hizo que todo sea aún más perfecto. Lo primero que pensé fue "puta madre, estoy rodeada de la mejor gente de todo el planeta" -y no rodeada física, sino sentimentalmente-, de verdad gracias por todas esa buena vibra que me mandaron, hicieron que todo sea más hermoso.

Sé que en ese momento a veces respondí cortante, y a casi nadie -sólo a mi mamá y a dos amigas en persona- le conté con detalles lo que había pasado. Lo que sucedía era simplemente que me encontraba en shock. No pude relatarlo por msn, ni por skype, ni por teléfono cuando alguien me quería llamar para que le cuente.

Sencillamente no sabía cómo reaccionar, no sabía qué contestar. Acababa de estar con un beatle. Y sólo sentía tremendo momento tan cerca de mí y todo el cariño con el que me trataban mis amigos y cómo es que compartían esa felicidad conmigo. Una amiga me dijo que parecía mi cumpleaños, y sí, era verdad. No lo había notado hasta que me lo mencionó. Estaba demasiado agradecida con Paul, con ellos, con mi familia, con la vida. Mucho para este corazonsito.

Y después de 11 meses me atrevo a escribir sobre ese maravilloso 9 de mayo, un lunes, y mis lágrimas han caído con algunos de los párrafos que acaban de leer. Escribir es recordar y recordar es volver a vivir...

Como me dijo Omar, "todo fue mágico y, lo mejor de todo, fue real".